miércoles, 24 de julio de 2013

Carta de ''despedida''.

Cuando sepas de mí, tú disimula. No les cuentes que me conociste, ni que estuvimos juntos, no les expliques lo que yo fui para ti, ni lo que habríamos sido de no ser por los dos. Primero, porque jamás te creerían. Pensarán que exageras, que se te fue la mano con la medicación, que nada ni nadie pudo haber sido tan verdad ni tan cierto. Te tomarán por loca, se reirán de tu pena y te empujarán a seguir, que es la forma que tienen los demás de hacernos olvidar.

Cuando sepas de mí, tú calla y sonríe, jamás preguntes qué tal. Si me fue mal, ya se ocuparán de que te llegue. Y con todo lujo de detalles. Ya verás. Poco a poco, irán naufragando restos de mi historia contra la orilla de tu nueva vida, pedazos de recuerdos varados en la única playa del mundo sobre la que ya nunca más saldrá el sol. Y si me fue bien, tampoco tardarás mucho en enterarte, no te preocupes. Intentarán ensombrecer tu alegría echando mis supuestos éxitos como alcohol para tus heridas, y no dudarán en arrojártelo a quemarropa. Pero de nuevo te vendrá todo como a destiempo, inconexo y mal.

Qué sabrán ellos de tu alegría. Yo, que la he tenido entre mis manos y que la pude tutear como quien tutea a la felicidad, quizás. Pero ellos... nah.

A lo que iba.

Nadie puede imaginar lo que sentirás cuando sepas de mí. Nadie puede ni debe, hazme caso. Sentirás el dolor de esa ecuación que creímos resuelta, por ser incapaz de despejarla hasta el final. Sentirás el incordio de esa pregunta que jamás supo cerrar su signo de interrogación. Sentirás un qué hubiera pasado si. Y sobre todo, sentirás que algo entre nosotros continuó creciendo incluso cuando nos separamos. Un algo tan grande como el vacío que dejamos al volver a ser dos. Un algo tan pequeño como el espacio que un sí le acaba siempre cediendo a un no.

Pero tú aguanta. Resiste. Hazte el favor. Háznoslo a los dos. Que no se te note. Que nadie descubra esos ojos tuyos subrayados con agua y sal.

Eso sí, cuando sepas de mí, intenta no dar portazo a mis recuerdos. Piensa que llevarán días, meses o puede que incluso años vagando y mendigando por ahí, abrazándose a cualquier excusa para poder pronunciarse, a la espera de que alguien los acogiese, los escuchase y les diese calor. Son aquellos recuerdos que fabricamos juntos, con las mismas manos con las que construimos un futuro que jamás fue, son esas anécdotas estúpidas que sólo nos hacen gracia a ti y a mí, escritas en un idioma que ya nadie practica, otra lengua muerta a manos de un paladar exquisito.

Dales cobijo. Préstales algo, cualquier cosa, aunque sólo sea tu atención.

Porque si algún día sabes de mí, eso significará muchas cosas. La primera, que por mucho que lo intenté, no me pude ir tan lejos de ti como yo quería. La segunda, que por mucho que lo deseaste, tú tampoco pudiste quedarte tan cerca de donde alguna vez fuimos feliz. Sí, feliz. La tercera, que tu mundo y el mío siguen con pronóstico estable dentro de la gravedad. Y la cuarta, -por hacer la lista finita-, que cualquier resta es en realidad una suma disfrazada de cero, una vuelta a cualquier sitio menos al lugar del que se partió.

Nada de todo esto debería turbar ni alterar tu existencia el día que sepas de mí. Nada de todo esto debería dejarte mal. Piensa que tú y yo pudimos con todo. Piensa que todo se pudo y todo se tuvo, hasta el final.

A partir de ahora, tú tranquila, que yo estaré bien. Me conformo con que algún día sepas de mí, me conformo con que alguien vuelva a morderte de alegría, me basta con saber que algún día mi nombre volverá a rozar tus oídos y a entornar tus labios. Esos que ahora abres ante cualquiera que cuente cosas sobre mí.

Por eso, cuando sepas de mí, no seas tonta y disimula.

Haz ver que me olvidas.

Y me acabarás olvidando.

De verdad.

sábado, 6 de julio de 2013

Te hiero mucho.

Ella era una chica que tenía orugas en el estómago, hasta que un día lo conoció a él y las orugas se convirtieron en mariposas.

Y es que no tenéis ni idea de lo que era verle bajar por la calle al lugar dónde habían quedado y que un cosquilleo le recorriera el cuerpo conforme él se acercaba. Que todas las mariposas empezaban a revolotear inquietas y eso era felicidad. No había nadie en el mundo más feliz que ella cada vez que él la rozaba, que le sonreía o cada vez que soltaba alguna de sus tonterías para hacerla sonreír. Era como si él pudiera esconder en la medialuna de su sonrisa todo lo malo. Y allí estaban ellos, dos jóvenes amando como dos jóvenes suicidas.

Pero cuando dos adolescentes se enamoran viven cada momento con una pasión desmedida, cada momento es especial, inolvidable y único. Eso le ocurrió a ellos, pero no siempre las cosas eran bonitas. Estaba claro que él cambió el mundo de la chica, y ella le cambio el mundo a él; pero eran, demasiado diferentes. Nosotras necesitamos que nos traten como a unas princesas y eso a veces a él se le olvidaba. La relación se fue agotando junto con la paciencia de ambos. Ella le quería, le quería más que a cualquier persona que se hubiera cruzado en su camino hasta entonces, y lo sabia. Nunca supieron cual fue el detonante que hizo que todo se callera, ahora ella odiaba sus bromitas, le molestaba que siempre estuviera tomándole el pelo, su sonrisa ya no tenia efecto y lo peor de todo, las mariposas poco a poco murieron. 
¿Quién hará que se le ponga el bello de punta con un simple susurro?
¿Dónde estaban ahora todas las canciones que significaban algo? 
¿Qué pasa con todos los besos que no se llegaron a dar? 
¿Quién le haría ahora sentir especial?


El problema está en que a veces no es suficiente con quererse,
 a veces por mucho que dos personas se quieran no pueden estar juntas.
 Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido...