domingo, 15 de junio de 2014

El sexo de la risa


"¿Sabes qué? No sabía lo que era echar de menos. Hasta el día en que te fuiste y me vi obligada a empezar a hacerlo.
No a ti, sino a todas esas pequeñas cosas que te hacían algo gigante en mi vida.
Ya nade se toma la molestia de levantarme a gritos. Si supieras que ya no queda nadie que se atreva a llevarme la contraria. Como si pudiese yo sola con todo este peso.
Qué mundo más absurdo este sin que me obligues a ver todas esas películas sin sustancia que a ti te gustan, y a dormir mirando hacia tu lado.
Espero que la pobre ignorante que te acompañe aprenda a decirte que no, con la misma facilidad con la que yo aprendí a decir que sí.
No te asustes. Todo lo que te odio es sólo una pequeña parte de lo que te quiero. Todo este rencor no llega ni al primer escalón de todos los recuerdos que me hacen escribir esta carta.
Te sigo esperando, sentada en Madrid.
Te sigo esperando, no esperes que se me olvide.
Te sigo esperando, que no se te olvide."

jueves, 15 de mayo de 2014

La luz de Candela.


A veces la vida me viene grande. O quizá sea yo la
que se vuelve pequeña ante tantas cosas que no entiendo.
No lo sé. Tampoco sé por qué te quise tanto,
por qué te sigo queriendo. Ni por qué me cuesta tanto
olvidarte. No entiendo que puedas pasar sin mí,
sin mis besos. Nadie me ha besado como tú, me decías.
Y, sin embargo, prefieres no besarme. O quizá
te mueres de ganas y no te atreves a reconocerlo. Es
eso. Tiene que ser eso. Ha pasado tanto tiempo que
no te atreves a acercarte por miedo a que esté con
alguien, a que te diga que no, que ya no te quiero.
Pero ¿qué hago? ¿Te estás escuchando, Candela?
Tengo que dejar de autoengañarme y de fantasear
contigo. Mi eterno problema: mi empeño en idealizar
lo nuestro, nuestra historia de amor. En idealizarte
a ti. Siempre en lo alto, un paso por delante,
siempre inalcanzable, siempre una pieza carísima
de conseguir. Cuántas trampas me he encontrado a
lo largo de estos años. Y caí en todas. La primera,
aquel primer día.
Recibí un mensaje en el móvil. Decía: «Pon música,
que ya salgo para allá». A esas alturas yo todavía
no sabía muy bien qué venías a hacer a mi casa un
sábado por la tarde. No me creía que tuvieras interés
por mí. Hacía un rato que había terminado de comer
y para calmar los nervios que me producía tu visita,
me duché y me vestí de manera informal. No quería
que notaras que te estaba esperando impaciente.
Me puse un vaquero corto y desgastado que yo
misma había cortado y una camiseta negra que caía
ligeramente hacia un lado dejando al descubierto
un hombro. En los pies, unas chanclas de playa que
mostraban sin pudor las uñas esmaltadas para la
ocasión en tono coral. El pelo recogido, sin maquillaje
y el quemador de canela soltando aroma.
Al fin sonó el timbre. Salté como un resorte, pegué
un respingo y miré el calendario ilustrado con
escenas de clásicos del cine que había colgado en la
cocina. Era 12. Ese día lo tenía marcado en rojo porque
por la noche iba a un concierto. Sonreí y bajé a
abrirte. Llevaba seis meses viviendo en aquella casa y
todavía no había reparado el telefonillo. Varios años
después dejaría la casa y aquel aparato seguiría sin
funcionar. Bajé los peldaños de dos en dos. Las piernas
me temblaban, pero las ganas podían a la inquietud
que me provocaba aquel encuentro.
Abrí la puerta y allí estabas tú. Tan guapo, tan
alto, tan fuerte, tan, tan, tan. Así te veía yo: tan todo.
Llevabas unos vaqueros y una camiseta blanca que
destacaba tu bronceado. Una mirada, y tu sonrisa
dejó al descubierto esos dientes perfectamente ordenados
que muy pronto se iban a convertir en un
escenario tan familiar para mí. Ni siquiera nos saludamos
con dos besos. Ambos éramos conscientes de
que aquella visita supondría un punto de inflexión
en nuestra relación.
Entramos en casa y nos sentamos en el sofá. Sonaba
música de fondo y te ofrecí un café. De nuevo
tu sonrisa anunciando que no querías nada. «Un
poco de agua», sugeriste finalmente. «Agua», pensé
yo. ¡Menuda fiesta!
Traje el vaso y nos quedamos en silencio. En un
último esfuerzo por hacer más llevadera la incómoda
situación me preguntaste qué estaba haciendo. Improvisé
algo, creo que te dije que estaba viendo una
película y te enseñé algunos CD que tenía guardados
en el mueble sobre el que se apoyaba la televisión.
Intentaba ganar tiempo, no sé muy bien para qué.
Te diste cuenta de que tenías el control. Me miraste
con ternura, esa mirada de cuando detectas
que el otro lo está pasando fatal. Alargaste el brazo y
golpeaste con la mano el sofá mostrándome el camino
de vuelta, ese que estaba a punto de emprender.
Cerré la puerta del mueble, me acerqué adonde
estabas y me senté junto a ti. Aun así, guardé una
distancia prudencial porque mi agitado corazón me
alertaba de que comenzábamos a pisar arenas movedizas.
Volviste a sonreír al ver mi nerviosismo y entonces
llegó aquella frase: «Ven aquí, tonta». No
hizo falta. Fuiste tú quien se acercó y quien puso sus
labios sobre los míos.
Ese fue nuestro primer beso. En realidad fue una
primera toma de contacto porque yo me aparté en
cuanto noté el roce de tu boca. Me incliné bruscamente
y me tapé la cara con las manos. De repente
tuve miedo. De ti, de lo que podía suponer aquel
beso.
Volví a mirarte y allí te encontré, con esa mirada
verdeazulada tan cristalina que yo apenas podía sostener.
Y tu barba, que ya había comenzado a salir y
me pedía a gritos que la acercaras a mi piel. Y tu
boca, esa media sonrisa perfecta que me anunciaba
que en breve volverías a la carga.
«Tenía muchas ganas de saber cómo besabas»,
me dijiste. Empezaste a acariciar mis piernas y a besarme
el cuello hasta que de nuevo tus labios se encontraron
con los míos. Y, entonces, ya no me pude
separar.
Nos besamos durante un buen rato. Fue un beso
suave, de reconocimiento. Nos estábamos presentando,
dándonos a conocer.
Fuimos buscando recovecos, hasta aquel momento
desconocidos, y cuando nos detuvimos me di
cuenta de que aquel beso me iba a complicar la vida.
No sabría decir el motivo, pero me saltaron las alar-
mas. Lo intuí, aunque mi intuición se quedó corta.
Muy corta.
Te levantaste y me cogiste de la mano. Me dejé
llevar hasta la habitación y allí me desnudaste. De
repente esa imagen me hizo alejarme por un instante
de la agitación que me había provocado nuestro
primer beso. Al verte casi desnudo en mi dormitorio
supe que ya no había vuelta atrás, así que decidí dejarme
llevar.
Al día siguiente recibí unas flores.
A partir de entonces fueron sucediéndose los encuentros.
Sábados en mi casa, domingos en la tuya,
cenas, visitas fugaces a la hora del café, escapadas de
fin de semana, hoteles recónditos, viajes, desayunos.
Citas siempre envueltas en un halo de misterio porque
eran casi siempre improvisadas.
La adrenalina que me generaba la sensación de
no tenerte seguro no era comparable con nada que
hubiera experimentado antes. De repente, me parecía
que estaba viviendo con los cinco sentidos. Te
convertiste en el centro de mi vida y mis rutinas. Mi
día a día era una película en blanco y negro si tú no
aparecías en algún momento. Tú aportabas el color.
Nos escribíamos y nos llamábamos a cualquier
hora. Nos dábamos los buenos días y tu mensaje de
buenas noches era el que me permitía meterme en
la cama con cierta paz. Nunca completa.

domingo, 23 de marzo de 2014

Miguel Gane ha vuelto ha hacer de las suyas.

Estaba loca, loca de remate,
y era guapa, guapa de cojones.
y conocía a la luna,
y bailaba rock&roll frente al espejo,
y salía
y bebía
y no se acordaba de nada al día siguiente.

Estaba rota, tanto como un trapo,
y era dura, dura de roer,
y odiaba a los poetas,
y se ponía hasta el culo
y lloraba
y se corría
y no se acordaba de nada al día siguiente.

Dormía poco,
y tenía las ojeras más preciosas
que habían ignorado jamás.
Era la princesa de mi cuento,
la que follaba con Extremoduro sonando de fondo
y se metía de todo, menos mis drogas.


Amaba,
era capaz de amar,
por encima de cualquier boca despeinada,
de cualquier trovador de mierda,
de cualquier basura literaria que le escribía,
era jodidamente perfecta,
y su único defecto era yo.

Sospecho que venía de otro mundo,
por eso de que nadie había logrado entenderla nunca,
aunque siempre era la que más gritaba,
y que era inmortal
por eso de sus infinitas pecas,
y que me tenía calado,
y que sabía cosas sobre mí que nadie sabrá jamás.

Era la chica con la que desearíais pasear el resto de vuestra vida,
era la chica diez,
y le faltaban un par de veranos;
conmigo, digo,
y cada vez que me la encontraba por ahí,
me decía que no se acordaría de nada al día siguiente,
y aún así,
me iría a vivir con su olvido,
todos los días del resto de mi vida.


Y qué suerte que aún haya personas que escriban tan bonito. 
Cuando leí este poema de Miguel Gane supe que, en cierto modo, lo había hecho para mí.
Ya me entendéis, metafóricamente hablando.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Canción de autoayuda.

Verás. Todos en algún momento nos sentimos vacíos. Solos. Sin rumbo. No sabemos lo que queremos ni cómo lo queremos. No, no te engañes, no vengo a darte la fórmula de la felicidad. La fórmula de la felicidad no existe. Y yo soy la menos indicada para dártela. Aún así, escúchame.
No somos ángeles. Ni demonios. Somos personas, con nuestros miedos, nuestros sueños y nuestros anhelos. Esos anhelos son demasiado puros para este mundo. Todos queremos algo. A veces no lo sabemos, cierto. Pero sabemos que queremos algo. Tampoco voy a darte la guía para que lo descubras. Eso es asunto tuyo.


martes, 11 de febrero de 2014

Somos un amor lleno de duda y distancia.


Si pudiese, créeme que dejaría de escribir, porque me obliga a recordarte sonriendo, riéndote a carcajadas después de decir una tontería de las mías. Y luego las repetías qué bien sonaban en tu boca, no te puedes imaginar lo bonitas que quedan las palabras cuando están dichas con tus labios.
Echo de menos acosarte a todas horas con mis tonterías que no tenían sentido hasta que nosotros se lo buscamos y me he quedado con unas ganas increíbles de decirte que eres un torpe declarándote. Debería de haberte avisado de que las margaritas huyen de mi porque las desvisto preguntándome si me quieres o no. Culpo a la suerte o al destino de que hoy no estés contándome como te ha ido el día y que mañana no pueda quedar contigo en el sitio de siempre ni abrazarte.
Y hoy solo espero que un día cualquiera preguntes por mi y te digan: está más guapa que nunca, por fin le dio la espalda al miedo; y yo con una sonrisa sepa contarte que te escribí tanto que sobreviví a la ausencia de tus ojos, y por eso lo llamamos ‘’morir de amor’’ porque no termina de matar.

sábado, 1 de febrero de 2014

Todas queremos ser Madrid.

Ella era toda la poesía que se escribía en Madrid. El verso más bonito de Gran Vía. La boca más hermosa de Malasaña. Los ojos más tímidos de los cines de Callao.  La cabeza más heavy que había pasado por Argüelles. La cintura más bonita que veías por el metro. Las piernas más largas de la Plaza Mayor. La falda más corta de Montera. La musa que aun seguía inspirando a la estatua de Bécquer. El rayo de sol más brillante de una tarde de domingo en el Retiro. La reliquia más bonita del rastro. La que podía domar los leones de Cibeles. La quinta torre de Madrid. El palacio más Real de todo mi reino. Madrid es ella, y yo, solo una de sus calles. Ella es el monumento que fotografía  Atocha. La que se manifiesta frente al Congreso. La decimotercera uva de la Puerta del Sol. El cabello más hermoso de Salamanca. A la que todos los hindúes regalan rosas y cervezas en La Latina. Los labios más rojos del Calderón. La más loca de toda Chueca. La de la carpeta rosa del Campus de la Complutense. El paseo más largo a través de toda Castellana. El culo más bonito del Retiro. El corazón más salvaje del Bernabéu. El musical más visitado de Gran Vía. El teatro con menos aforo de la capital. La mejor obra de arte del Prado. La que envuelve en flores a los toros en las Ventas. Ella es la única estrella que brilla en Madrid. Ella es Madrid. La que baila como una loca en la pista de cualquier garito de Huertas. La chica de Tirso, y la lady Madrid de Pereza. A la que no hace falta escribirle, porque es pura poesía. La que es capaz de enderezar las Torres Kio. El cubo más helado de cerveza de la Sureña de Gran Vía. La nariz más roja de Casa de Campo. Los acordes de jazz más hermosos del Café Central. La niña que ríe como nadie en Cortylandia. Los copos de nieve que los tejados echan de menos. La única diosa de todas las catedrales. A la que cantan en Libertad 8. El único monumento del Templo de Debod. La palabra más bonita del barrio de las letras. La única movida que existió en Madrid. Ella, ella, ella, ella. Ella es Madrid.

Gracias Miguel Gane 
por hacernos un pequeño recorrido por Madrid de esta forma tan bonita.

domingo, 26 de enero de 2014

La realidad en Madrid es otra cosa. . .

No he tenido mi historia de amor por Gran Vía
Ni he visto su sonrisa mientras paseábamos de la mano por La Latina
Tampoco nos vieron comiéndonos a besos en las escaleras del metro
O jugando a encontrarnos por el Retiro.

No he encontrado a mi compañera de noches
A mi alma gemela
En Ying de mi Yang
¿Dónde estará mi Superhermana?
Llevo tres meses buscando incansablemente
Pero tú, sigues sin aparecer.

Tampoco encontré un Campus con un cesped enorme
Llegar todas las mañanas y toparme con la sonrisa del conserje
Tener un pequeño palacete para compartir con alguien como yo
¿Y qué ha sido de la poesía?

Las cosas no siempre salen como queremos.
Madrid es una ciudad mágica
En algún rincón estará todo lo que quiero, escondido
Sólo hay que seguir jugando a encontrarnos.